martes, 6 de octubre de 2009

DIARIO DE UN "INTERRAILISTA": Día II: 25/7/09

Poco antes de las 10h y haciendo tiempo acercándonos a la universidad de Glasgow, llegábamos al museo del transporte. Espectacular. Por un lado, vehículos de todos los tipos: con varias ruedas, monoplazas, etc. Por otro, ferrocarril empleado como medio de transporte años atrás. La visita nos llevó más de lo esperado, por lo que hicimos un pequeño tour por Glasgow, junto al río, ya de vuelta a la estación. Nos quedaba mucho por ver, pero en poco menos de una semana nos tocaría volver y ya con más tiempo pues Jorge, mi hermano, debía coger vuelo de vuelta a España. Por ello, la mayor parte del equipaje se quedó en las consignas del albergue. Una mochila para ambos era suficiente.

Junto a la universidad de Glasgow
Frente al Kelvingrove museum
Jorge en el museo del transporte
Junto a unas antiguas diligencias

Dadas las 14,30h el tren se detenía en Edimburgo. Mi segunda visita en una semana, por lo que debía enseñarle a Jorge la ciudad en poco menos que una tarde. Y sí, a buen ritmo, no nos faltó tiempo. Pudo ver el castillo y su pequeña ciudad interior, el antiguo centro comercial textil, visitamos la catedral, callejeamos por la ciudad vieja, nos acercamos a “Carlton Hill”, etc.

Panorámica de Edimburgo
"George" tomando nota; se ve que algo estaba aprendiendo...
Castillo de Edimburgo
Junto a un cañón y "ruinas" griegas en Carlton Hill
Vistas de lo que antaño fueron volcanes

18,20h: Momento de despedirnos de Edimburgo. Aún debíamos hacer una fugaz visita a Aberdeen antes de llegar a media noche a Inverness.
Aunque el tiempo apretó, pudimos hacernos una idea de cómo era la tercera ciudad en cuanto a tamaño de Escocia (210.000 hab.), conocida principalmente por tener uno de los puertos petroleros más importantes de Europa así como por la vistosidad de sus edificios de granito plateado y sus jardines.

Vistas desde el tren
Por el casco urbano de Aberdeen
Aberdeen at night
Un portugués comiendo comida turca

21h: Sin tiempo que perder y a toda prisa, llegábamos al tren. Dos horas de trayecto y poníamos pie en Inverness, ciudad que curiosamente no tiene límites establecidos como tal.